No conviertas tu vida en Pekín Express

trampas

 

¿No te ha pasado alguna vez que el día que cambias de ruta para ir de casa al trabajo pasa algo maravilloso, te encuentras algo, a alguien, o descubres una tienda exquisita? ¿No te ha pasado que llegas a la biblioteca queriendo buscar un libro concreto y te descubres sacando de la estantería algo inesperado que resulta ser la mejor novela que has leído en los últimos años o que es justamente lo que necesitabas leer en estos momentos? ¿Te has ido alguna vez de viaje repentino sin preparar absolutamente nada ni leer media guía y has descubierto un lugar que te ha cambiado la existencia


¿Has hecho algo inesperado alguna vez y te has acabado maravillando de lo que ha pasado después, como si hubiera una fuerza empujándote en esa dirección para que cambiases tu rigidez y tu rutina?

 

A mí me ha pasado un montón de veces.

También me ha pasado que he intentado moldear la realidad y las situaciones para que se adapten a lo que había en mi cabeza, y me he dado de hostias. Por ejemplo, en mi mente quiero pasar la tarde yendo a visitar tal museo con mi novio y luego cenar en un sitio fantabuloso así que lo preparo todo para que así sea, pero cuando él llega resulta que no le apetece nada. Yo, que ya estaba emperifollada e ilusionada con la cita romántica, pese a no haberlo siquiera consultado con él (¿cómo no iba a querer un plan tan maravilloso?), me agarro una pataleta suprema y un disgusto monumental que me impide hacer cualquier cosa esa tarde y esa noche y quizás incluso mañana. Y además genero una bronca entre nosotros. Superbién.

O, por ejemplo, me marco que este año en mi negocio voy a sacar nosecuantos cursos distintos y hacer nosecuantas entrevistas y ganar nosecuanto dinero y asistir a nosecuantos eventos y ser mogollón más sociable y luego el año va pasando y otras cosas van surgiendo y no hay noche que no me torture pensando que no estoy consiguiendo nada de lo que me he propuesto y que soy una perdedora total.


He descubierto con pasmo que cuanto más flexible soy, más cosas bonitas me pasan. Pero cuantas más metas me pongo, más planes hago y más objetivos me marco, más infeliz me siento. Antes no me daba ni cuenta, lo bonito parecían simplemente casualidades y la angustia y los "debería" y las cargas autoimpuestas parecían el estado habitual. La manera natural de vivir, con obligaciones y planes a largo plazo.

 

Ahora quiero aplicar este descubrimiento a conciencia. De ahí mi nuevo y liberador deseo, dejar de convertir mi vida en una infinita lista de deberes, condiciones y planes preestablecidos.

Mi vida no es una to-do list.

No tengo que ir tachando tareas.

De hecho, no quiero tachar tareas nunca más.

No soy una cuadrícula, no estoy autocontenida.

Puedo moverme cuanto quiera, cambiar de rumbo cuanto quiera y levantarme cada mañana sin una agenda determinada.

Puedo adaptarme a lo que viene y buscar lo que deseo simplemente dedicándole atención. Puedo no querer mejorar continuamente.

Puedo no querer siempre más y mejor.


Por experiencia propia considero que cuando tu vida se basa en las metas se te hace materialmente imposible disfrutar de los logros. Te das una palmadita en la espalda y antes de poder brindar y darte un tiempo para disfrutar de lo conseguido vuelves a bajar la cabeza a la lista de tareas para continuar la ascensión a un fin más alto, más grande, más importante. Te dices "ya volveré a ser feliz cuando consiga esto otro, cuando tache la siguiente tarea, cuando me quite esto de encima, ya respiraré cuando solucione esto, cuando suba otro escalón".

 

Yo ya no veo la vida, ni mi trabajo, como una escalera. Siempre hacia arriba, no se podía ni parar ni bajar, siempre hacia arriba. Estaba muy cansada y aunque sabía que lograba cantidad de cosas y que estaba haciendo lo que de verdad quería, no lo hacía como de verdad quería. Una cosa es la situación y otra cómo la manejas.

Por otro lado, ponerte metas implica que solo das por bueno ese resultado en cuestión, cuando hay un rango de posibles resultados que podrían ser tanto o más buenos que el que has decidido. ¿Quién te asegura que por aprender chino vas a encontrar ese trabajo de tus sueños? ¿Quién te asegura que si escribes un post cada día, llueva o truene, tu blog tendrá éxito por fin? ¿Quién dice que si trabajas mucho mucho mucho hasta los cincuenta podrás jubilarte pronto y dedicarte por fin a vivir y a ver mundo? ¿Quién te asegura que vayas a estar viva a los cincuenta? ¿Y si en lugar de seguir peleándote con el chino mandarín haces otra cosa que te guste más? ¿Y si, simplemente, tratas de hacer lo que más te guste siempre que puedas y dejas lo "correcto", lo "importante" y lo "obligatorio" para más adelante, o para nunca?

No somos videntes y no sabemos qué va a pasar, por tanto no sabemos si las decisiones que tomamos van a tener un resultado determinado dentro de un tiempo. Al final, estamos conduciendo nuestra vida a través de un montón de reglas y tareas bajo la idea de que así es mejor y así estamos haciendo cosas buenas por nuestro futuro, por nuestra carrera, por nuestra seguridad. Nos hacemos una fantasía mental sobre nuestro futuro y desglosamos las tareas que tenemos que llevar a cabo para conseguirlo. No contamos con todo lo que pasa entre medio, con todo lo que no podemos controlar, con la vida en sí misma.


Ponerte metas continuamente acaba resultando un juego un tanto irreal. Es como pretender llegar de un punto a otro del mapa y querer ir campo a través todo el tiempo, en línea recta, porque así es como se llega a los sitios. Quizás te encuentres una casa, una montaña muy alta, un lago. A veces hay obstáculos y no vamos a poder controlarlos. Ni atravesarlos en línea recta. A veces los obstáculos nos hacen ir por caminos y desvíos que permanecían ocultos y que resultan cambiarlo todo, a veces a mejor.

 

Este es el beneficio de la flexibilidad: la libertad, por un lado, la exploración intuitiva, por el otro. La conservación de la capacidad de sorpresa, también. Y el que más me gusta a mí: el descanso. El quitar peso de tu espalda. El darte cuenta de que nada de lo que decidas es tan importante, nada va a determinar nada, si haces algo bien, si no, también. Si haces otra cosa probablemente estará bien igual. Por tanto, te limitas a hacer lo que sientes que está bien EN ESE PRECISO INSTANTE.


Cuando no tienes un destino determinado, el viaje se hace por fin agradable.

 

Es como los participantes de Pekín Express, que están tan estresados y cabreados y en tensión durante todo el viaje, intentando llegar antes que nadie al destino, que no se han parado a ver, ni medio segundo, cómo es realmente el sitio en el que están, cómo es realmente la gente que les rodea, a dar las gracias realmente de corazón a los que les llevan y a los que les alimentan y también y sobre todo a los que no pueden o no quieren o no se atreven a llevarles ni a alimentarles, a felicitar a los que ganan, a pararse, dos minutos, a mirar alrededor y respirar hondo, y SENTIRSE ALLÍ. No creo que al llegar a su casa recuerden apenas nada, solo flashes de una aventura que pasó demasiado rápido y costó demasiado esfuerzo.

Si a eso no se le puede llamar viaje a lo nuestro no se le puede llamar vida.

No hagamos de nuestra vida etapas de Pekín Express. No pretendamos llegar primeras, ni siquiera llegar. Resulta que no estamos en ningún concurso. Que la meta no está colocada en ninguna parte.


Dejemos de competir contra el mundo, y sobre todo, dejemos de competir contra nosotras mismas. Un poco de ambición y ganas de superación son sanas, querer que te vaya todo bien es normal, desear conseguir ciertas cosas en la vida es lógico. Mientras los planes y las obligaciones no te desvíen de la auténtica misión de tu vida: disfrutarla a saco. Vivir.


Un abrazo,

 

 

 

Envío los Apuntes, en privado, una vez al mes. 

Si quieres recibirlos, deja tu correo (y si no, tan amigas).